UNA PASION IMPRESENTABLE (Letras)

Muy buenas tardes. Hoy tengo el agrado de compartir con ustedes la novela Una Pasión Impresentable de la escritora y periodista barranquillera, Lola Salcedo Castañeda, a quien le debo el haberme confiado de manera tan personal esta obra.

Si bien es ésta la segunda edición de una historia ya conocida por muchos lectores desde 1994, sabemos que cada intervención genera en cada escenario, en cada público y en cada generación aproximaciones y vínculos distintos. De allí, que hoy esta experiencia, especialmente con el público universitario, pueda provocar la revelación de los códigos más secretos de la historia de esta ciudad.

Intentaremos presentar, entonces, lo impresentable. En primera instancia, a una mujer del Caribe colombiano, Doña Tera Fernández de Lafaurie, quien, desde una posición burguesa, lastimosa y triste, supo esperar la muerte de su esposo para iniciar un reconocimiento, si bien no profundo, sí exacerbado de su propia conciencia, identificando lo que la había separado de sí misma y del mundo que la rodeó desde su juventud hasta la madurez. Pero Doña Tera no sólo representa a la mujer del Caribe. A mi juicio, es el símbolo de una ciudad tan ensimismada como la mujer misma que, en su afán por defender su intimidad, históricamente sufre el aislamiento, renunciando inexorablemente a decirse, a expresarse, a ser. Doña Tera es La Bella, una ciudad dueña de secretos tan impresentables como vergonzantes que terminan por asumirse con una actitud hosca cuando no frenética o deprimida.

Es así como La Bella se afirma y niega a lo largo de la obra. Como una adolescente, la ciudad en crecimiento y en búsqueda de identidad, sufre en su afán inútil por construir una idea, un sentido que le pueda asignar un lugar en la historia. Y extraviada en la superficialidad de los preceptos religiosos, morales, sociales y políticos se abre eufórica ante lo que entiende por progreso para terminar cerrándose en las relaciones más triviales y abominables que no le permiten decidir sobre su propio cuerpo.

La Bella, ciudad-mujer terrible y recatada, es también un instrumento del egoísmo del hombre. Doña Tera vive para hacer cumplir la norma, la ley y la moral impuesta por su amo y señor, Don Gervasio Lafaurie, desde el silencio y la sumisión. Y, aunque nunca se le pide su consentimiento, hace cumplir sus propósitos. Por consiguiente, no debemos observarla como simple depositaria de una serie interminable de mezquindades, vejaciones y actos miserables que la van desvaneciendo y extinguiendo a lo largo de su historia personal, sino como un personaje activo, influyente y decisivo en el destino de la ciudad que es su propio destino.

El médico, Antonio Mariotti, por su parte, será el gran testigo de este relato. Un personaje a quien el azar le impone el reconocimiento de la ciudad con una mirada que va más allá de la lectura de las apariencias. Mariotti se anticipa a los síntomas; es decir, a la enfermedad emocional de Doña Tera, y a la enfermedad de la ciudad y, por ello, tiene la dura misión de señalar, diagnosticar y predecir el final. Sin embargo, no podemos ignorar que Mariotti es el médico de la Bella, sujeto de amor y sujeto cultural de un tiempo del que no puede sustraerse, por lo que, como todos los demás personajes, termina asumiendo el gran miedo, incapaz de transgredir los formalismos, usos, tradiciones y, fatalmente, el cuerpo de Doña Tera que aprende a explorar con la mirada para sobresaltarse y distanciarse, antes de cometer algún exceso. Mariotti, primo del esposo de Doña Tera, y fiel a sus principios, opta por defender la intimidad de la ciudad o el pudor de la mujer, ocultando sus más íntimos deseos.

Una Pasión Impresentable, es la historia de las relaciones cotidianas en un entorno en el que triunfan los valores más vitales de una comunidad provinciana y moralista, mientras cada personaje muere lentamente mientras los confirma. Por ello, La Bella es singular. Los hombres le cantan y la intentan seducir mientras las mujeres responden con sus cuerpos en el baile; pero se cautivan mutuamente mediante un diálogo que es más una licencia temporal, un intercambio efímero de soledades ante las que se imponen la inmovilidad y el silencio. Los cuerpos en La Bella se desdicen; el erotismo no se resuelve, y el amor no existe.

En esta ciudad, la mujer es la víctima, una víctima que ha callado por demasiadas décadas, lo que la convierte paradójicamente en la última victimaria. Doña Tera no se castiga hacia el final de su vida porque decide, trágicamente, castigar a sus semejantes con su propia vida. Conocedora de los más íntimos detalles de sus adversarios, penetra la realidad como lo hubiera podido hacer su marido. Conquista el terreno, lo coloniza y dispone a sus súbditos, preparándolos para la muerte. Y Doña Tera, experta en la simulación, nunca muestra sus heridas.

Es este un relato en el que el drama se construye sobre un lenguaje procaz que define a los personajes, a la ciudad y, extrañamente, al narrador principal de rara tendencia omnisciente. Y subrayo la procacidad en cuanto que la insolencia, el cinismo, la indecencia, la obscenidad y el atrevimiento son las condiciones que terminan por definir cabalmente la desvergüenza de nuestra ciudad-mujer, la cual, a pesar de haberse prohibido los excesos y el mal gusto, asume con naturalidad el reclamo desde una brutalidad verbal que de alguna manera traduce su indefensión ante el fracaso. Doña Tera y sus primas; Don Gervasio; Mirandita, el asistente; los empleados y El doctor tampoco encuentran otra manera de expresar su desdicha y desconcierto sino a través de un lenguaje casi maldito mediante el cual comprendemos el horror que sienten ante su propia presencia.

Es así como Lola Salcedo nos enfrenta y confronta con un lenguaje explosivo y lascivo que denota la profunda oscuridad que yace en cada uno de los personajes para resolverse en ira. En la Bella no se ama, ni siquiera a los hijos; los personajes viven individualidades que existen para preservar los intereses de una colectividad que se desprecia a sí misma, lo que los lleva a construir cadenas de eventos incongruentes, intempestivos, ligeros y deshonestos que se conciben desde una ética fundamentada en el autoritarismo y el poder.

Pero, observemos al narrador. Para mí que es una suerte de voz que juega con el esquema narrativo tradicional omnisciente, aunque se permite cruzar ciertas palabras con un segundo narrador intra y homodiegético (Doña Tera) quien, como personaje de la historia narrada por esa primera voz, se ve en la obligación de intervenir para contarnos su propia versión de los hechos. Es decir, Doña Tera pide, casi a gritos, la palabra a esa primera voz, introduciéndonos en un nivel narrativo que exige una interpolación en la que el segundo relato hacia el final de la novela, queda subordinado de la misma manera que va cediendo ante la intromisión de los familiares muertos con quienes Doña Tera disfraza largos y profundos monólogos. Como quiera que haya sido concebido por la autora, este nivel del relato nos conduce progresivamente del discurso de la primera voz a la segunda, resaltando un mundo interior que consolida la relación del lector con la obra a través de la voz de la mujer que confirma la presencia de la muerte.

Leer Una Pasión Impresentable, es también enfrentarnos a la desolación del personaje femenino que, confundido entre lo vivo y lo inerte se sirve de un maniquí para representarse tal y como es: una imagen de vitrina o de escaparate tan artificial como ella misma. De allí, que a pesar de vestirlo con tejidos sensuales, colores vivos y escotes profundos lo mantenga tan oculto como cuando lo encontró en un cuarto de sanalejo.


La novela de Lola Salcedo, nos invita, por otra parte, a observar la muerte como la experiencia que lleva a los personajes a afianzar sus tradiciones. La muerte abre y cierra cada capítulo al abrir y cerrar la historia personal de Doña Tera. Las manos sellando el ataúd de Gervasio Lafaurie con clavos de plata; el cuerpo de Mirandita convertido en sombra; el aroma de Don Gervasio en la estancia, todo se resuelve en una idea de muerte que nos recuerda que allí en La Bella todos prefieren morir antes que vulnerar su cotidianeidad y su mundo; cualquier cosa antes que romper con la tradición. Todo menos modificar viejas costumbres que permitan a algún aparecido tomarse la ciudad, ingresar al club, definir o dirigir la economía de la región, casarse y mezclarse con los suyos.

Desearía finalizar esta breve presentación, recordando que también estos personajes están expuestos a la belleza. Cómo olvidar a Doña Tera conociendo el amor mientras aspiraba el ramo de gardenias frescas que le ofreció el primer día Don Gervasio. O la primera cercanía con sus primas, a los meses de nacidas, sobre una vaqueta puesta en una terraza del Caribe mientras su madre y las tías se ponían al día con los rumores y las noticias de la ciudad. Leamos a La Bella, rendida al calor del mediodía, esperando, año tras año, un campo sembrado de colores en el cielo para festejar la Noche de Velitas, espacio de celebración de la vida y la muerte en Barranquilla, ese, el gran motivo que desencadenó la gran pasión en la novela.

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