4 MESES, 3 SEMANAS y 2 DIAS (Salida al cine)

"What is drama, after all, but life with the dull bits cut out..." (Truffaut)

Roman es una pequeña ciudad. Durante más de 500 años de invasiones, destacados artistas y arquitectos fueron convocados por los cristianos ortodoxos y católicos para edificar sus fortalezas. Sin embargo, la ciudad no aparece en el mapa, y si llegamos a ella es por accidente. Porque nos dirigimos hacia el nordeste de Rumania para respirar el campo de Moldavia. Porque deseamos conocer los monasterios que guardan las más aniguas escrituras épicas de la región. Porque nos han dicho que Iasi es la ciudad obligada; o por ese raro sentimiento que nos dirige siempre hacia las tumbas de los célebres, y ya hemos leído tanto a Ion Creanga.

Y es en Roman donde transcurre 4 luni, 3 saptamani si 2 zile (4 meses, 3 semanas y 2 días), el último film de Christian Mingiu, y el primero de la serie Amintiri din epoca de aur (Recuerdos de la época de oro). Sólo que en este relato, la ciudad se exhibe con una iconografía distinta. Desprovista de sus más interesantes referentes paisajísticos naturales y urbanos, aquí se fragmenta para ser sólo la ciudad rumana de los multifamiliares en serie; de los autobuses que se desplazan puntuales por las amplias avenidas; de las calles empedradas, estrechas y apagadas; de los rincones desolados.

Es esta la ciudad del relato, la que interesó a Mingiu. La ciudad-país (Roman o Rumania) de los espacios prodigiosos y banales, tan vacuos como transcendentes, tan enigmáticos como comprensibles donde se abolió el derecho a la expresión individual mientras se intentaba construir, desde la más pura transparencia, o la más abominable arbitrariedad, un concepto de colectividad durante la llamada Era Comunista.

Rumania, 1986. Esa es la referencia. La que aparece allí impresa, abajo y a la derecha del marco que encierra los detalles de la habitación estudiantil que comparten Otilia Mihartescu y Gabriela Dragut. El país y el año que contextualizan este film, pero también las coordenadas que señalan los procesos políticos conducidos por Mihail Gorvachov _y mediados por su embajador en Rumania_ para desestabilizar y lograr la abolición (tres años más tarde) del régimen de Nicolae Ceausescu. El final de un periodo que había ocultado las prácticas corruptas de un grupo significativo de la clase dirigente y las acciones deleznables del ciudadano del común.

Así, Roman es la ciudad en la que Otilia se desplaza para resolver el aborto de su amiga Gaby. El lugar por donde transita, comprando jabón y cigarrillos americanos en el mercado negro; sobornando y siendo víctima del chantaje; entrando y saliendo de los edificios públicos y privados donde sostiene diálogos personales y anónimos. El sitio desde donde es observada – sin que ella lo sospeche- cuando pretende obviar el pago del autobús, al indagar por alguien en la calle, o al cruzar un puente y perderse de vista, aunque nosotros sepamos que un ojo invisible sigue allí –estático-, reclamando su presencia hasta que nos señala abruptamente donde está.

4 luni, 3 saptamani si 2 zile es un film de situaciones severas en el que el aborto – exhibido con la crudeza que impone su misma naturaleza_ no es el tema. Asumo, contrario a lo que muchos han expresado, que este es tan sólo un buen pretexto para conducirnos a algo mucho más hondo: al camino introspectivo que el buen cine psicologista traza para mostrar al ser humano confundido en su deseo por afirmar su individualidad.

Y Otilia es este personaje. La mujer que pone en evidencia su aturdimiento al pretender vulnerar las convenciones sociales, actuando por sí sola, y sin que medie la reflexión. De allí, quizás, que ella misma nos prohíba observar los hechos que delatan su más profunda intimidad, dándonos, literalmente, la espalda para fijar su mirada en el blanco de una pared, y desviándola del espejo desde donde observa a Gaby para que no seamos partícipes de lo que su amiga hace y siente.

Víctima de las situaciones, Otilia, sin embargo, se define a sí misma a lo largo del relato como un ser humano tan amoral como los personajes que enfrenta. Tan carente de una ética individual como sus seres más cercanos, y tan pragmática como el sistema. Es, sin embargo, su dolorosa coparticipación en su propia violación, y su extrañeza - mezcla de curiosidad y terror- cuando observa el feto, lo que la vulnera: las experiencias que le permiten ser inquisidora. Entonces, hace tímidas preguntas a su amiga Gaby, y reclama con más fuerza una toma de posición a su novio Adi; no obstante, decae y opta nuevamente por el silencio.

El final es revelador. La historia se cierra con un nuevo plano estático que nos permite observar con detenimiento los gestos abatidos de las jóvenes en el restaurante del Hotel Tineretului (¡El Hotel de la Juventud!) cuando el mesero les ofrece un plato de riñones, hígado y sesos de la boda que se celebra en el salón contiguo. Entonces, Otilia le dice a Gaby que nunca más hablarán sobre lo ocurrido. Y, como si se atreviera a ser reconocida por primera vez, desvía su mirada hacia la ventana y observa hacia fuera, a nosotros, el ojo invisible que la ha seguido todo el tiempo.

De pronto, recordamos a Antoine Doinel. Los ojos tristes de un joven que nos observan sin miedo, al final de su historia. Aunque, tal vez, sólo se posen sobre la mirada de los guardias del Reformatorio que lo han seguido hasta el mar. ¡Los cuatrocientos golpes de Truffaut!

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