EN DEFENSA DEL FESTIVAL DE POESIA DE MEDELLIN (Desde la otra orilla)

El Festival Internacional de poesía de Medellín es un bien universal común. Ha sido alcanzado, aumentado y protegido por millares de colombianos y extranjeros que han asumido la poesía desde su experiencia personal (como poetas y escuchas -apasionados o no-), pero también como acto que nos permite trascender nuestro universo más íntimo para llegar al otro. El festival es fiesta, celebración colectiva de la palabra escrita que se desprende del libro y de la voz del poeta para ir al encuentro de una comunidad que crece con y durante el ritual sagrado de la palabra dicha.

Por ello, no debería requerir defensa alguna. Es. Está. Existe para custodiar el derecho a pensar y a sentir y a proyectar un mundo en el que la palabra debería ser concebida como portadora de pensamiento crítico y, por lo tanto, como acto libertario. No tendríamos, por consiguiente, que defender la tarea de quienes han hecho posible que el ser humano (independientemente de las impresionantes cifras de asistentes que registra el festival) se haya asumido como constructor y deconstructor del universo simbólico que es la poesía. Cómo calificar, entonces, a quienes descreen de un ritual colectivo que convoca para reevaluar la existencia?

Pero, por supuesto, esto puede resultar peligroso para aquellos que se percatan que las palabras adquieren de pronto una connotación distinta a la establecida; o que el lenguaje poético transgrede los signos impuestos por El Estado, descifrando sus convenciones y denunciando de una manera sospechosa (para muchos) la cadena de actos deplorables que nos han conducido a la miseria y a la muerte.

Pero, ya es tarde. La palabra poética en el Festival Internacional de Medellín ha dramatizado, desdramatizado y promovido una catarsis colectiva, única en el mundo, a través de la cual la comunidad comienza a resignificar la realidad, porque la poesía, indefectiblemente, siempre ha puesto en evidencia la gran tragedia humana de todos los tiempos, y esa, quiérase o no, resulta casi una misión que nos afecta para enriquecer la vida.

Nuestras consideraciones se dirigen a los estamentos gubernamentales o mediáticos (que es lo mismo) que han pretendido desdibujar, debilitar o aniquilar los procesos culturales y sociales de un Festival que no cederá en su tarea de vincularnos con las voces que representan los misterios de las raíces más sagradas de los pueblos del mundo. Un logro que, sin duda, debería ser interpretado desde los preceptos más éticos y con suficiente lucidez por todos los colombianos, pero, especialmente, por los hombres de letras, y por cada uno de los escritores y poetas de un país que se empeña día a día en ensombrecer las actividades revolucionarias del espíritu.

1 comentario:

  1. Me emociona y me alegra el alma leer estas líneas. Celebro la existencia de este blog, que de seguro nos hará observarlo todo con el matiz de la fuerza poética. Gracias por compartir tus palabras, Tallu.

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