APUNTE A LAPIZ (Letras)



Como si se tratara de un preludio, La vieja casa, este primer poema en tres actos del libro Apunte a lápiz (Ediciones Paso Bajito/Luna Rota. R.D., 2007) del escritor dominicano René Rodríguez Soriano, nos invita a observar el universo de su casa materna para luego presentarnos una serie de 19 bocetos que develan esa suerte de nobleza que sólo puede ser heredada de la tierra, y que llega sola, como si fuera un privilegio, a aquellos que nacen sabiendo que una porción de campo, de cielo, de río o de sabana les ha pertenecido desde siempre.



Era del tamaño del mundo la sala de la casa,
Y como el océano, poblado por sus peces,
Sus algas y sus rocas,
Era el patio
Que terminaba donde pastaba el ganado
Y algún potrillo perseguía las mariposas
O más allá donde bebían los arco iris,
Era de azul y rosa y olía a geranios,
Hierbabuena y azucenas,
Amplia, cálida y dulce
Como el abrazo de mamá
Cuando me dejaba o me tomaba de la cama.

He aquí el primer canto del preludio de La vieja Casa que Rodríguez Soriano celebra con nosotros. Su pedazo de tierra, el espacio en el que el poeta se lanza para poner a prueba su memoria, y su habilidad paisajística, redescubriéndose en el color y la textura, en los sonidos y sabores que advirtió puro en la niñez, o desde la inquieta sensualidad adolescente para ser revelados, una vida después, con tanta transparencia.

Sin duda, ilustra este libro una de las más caras tendencias del llamado modernismo: la búsqueda (nunca tardía) de la belleza. Porque cada uno de sus poemas es un acto estético en sí mismo...

¿Se habrá cocido alguna vez
en horno alguno
pan tan dulce y tan frugal
como el que comí en sus manos?.

pero también, un experimento plástico que nos permite resignificar el mundo del poeta a través de una lectura que no exige la más mínima elucubración de nuestra parte, porque la euforia verbal de Rodríguez Soriano y sus ideas se traducen en un suave y sabio lirismo en el que la elementalidad de la palabra o la complejidad más formal (cuando nos expone a sus juegos sinestésicos, o a alguna que otra moderada aliteración) convierten estos poemas en una obra impresionista y polifónica.

Concebido como un diálogo incesante y silencioso entre los elementos del paisaje, los enseres domésticos y la mirada de los padres y los fantasmas campesinos, este poemario es un eco sentimental en el que el carácter mágico de la infancia, sin embargo, ensombrece cualquier atisbo de melancolía.

Si miro hacia el profundo y amplio verde
Me pierdo en la mañana mansa y húmeda:
No hago otra cosa que mirarme en su sonrisa
Sosegada ventana de la estancia.
Franca, alta, encorvada y solidaria

Porque La vieja casa, desde donde el poeta escucha las canciones del abuelo, o las tonadas de los trabajadores en el campo; y observa como se dibuja un mapa bajo la torva luz de una astilla de cuava; o descifra el misterioso pentagrama del abecedario y los números, antes de amar por primera vez en el cafetal del lado oeste del patio, es el mismo lugar desde el cual hoy se regocija: su habitación y su morada, su lugar en la poesía. O como expresó con tanta hondura y belleza Aurelio Arturo: un largo, un oscuro salón, tal vez la infancia, en su Canción del ayer -Morada al Sur-.

El pasado mes de julio, René Rodríguez Soriano nos ofreció su palabra en el I Festival Internacional de Poesía Afrocaribe en Barranquilla. Una suerte de alegría para POEmARíO, para todos los que tuvimos el privilegio de conocer algunas de sus obras y escucharlo en este otro lugar del Gran Caribe.

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